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「Cᴀᴘɪ́ᴛᴜʟᴏ III」𝐴𝑡𝑟𝑒𝑣𝑖𝑚𝑖𝑒𝑛𝑡𝑜

La respuesta que escucho hizo que bajara los cubiertos con un gesto en la cara que se leía cómo ''Lo vi hace un rato, imposible no darme cuenta''. Negó con la cabeza, aliviado por lo que parecía ser el inicio de una charla agradable hasta que las palabras de su acompañante dejaron entre ver su real estado anímico.

"Debería considerar comer en la habitación".

Miro las sillas vacías e imagino que la tranquilidad no sería la misma para él, no con la ausencia de sus hermanos.

—La soledad no es buen aliado estando herido —se levantó del asiento tomando el plato para acercarse, ahora sólo dos lugares lo separaban de Emeritus— ¿Acaso no era usted quién aconsejaba a las hermanas no abstenerse? Lo que está sintiendo es completamente comprensible, parte de un luto y... —cortó su discurso empujando palabras invisibles con las manos— No planeo dar un sermón de auto ayuda, lo que quiero decir, es que necesitamos de sus dones y carisma, pero su entusiasmo no se mostrará si se encierra y mucho menos va a mejorar ¿No es la imagen de un Papa fortalecido la que buscaba dar al llamarme hoy por la mañana? — sonrió—. Además soy el encargado y ¡El señor oscuro me libre! Si el Papa Zero regresa y ve a su hijo en condiciones no dignas de su linaje —su sonrisa se ensanchó con algo de travesura— ¿Quién diría que El Papa Emeritus III terminaría con ''El domador de ratas'' cómo niñera? Por favor termine su comida antes de que otra hermana del pecado venga a desmayarse e ignorarme en el acto. 

El susodicho casi se atraganta con el jugo al escuchar el apodo que le puso en "secreto" al Cardenal de su propia boca, ese jadeo se transformó en una risa sonora y genuina ¡Y encima con tal ocurrencia! Para el Cardenal, aquel sonido le resultó extraño, a pesar de haber trabajado juntos todos esos años nunca hablaron lo suficiente como para provocar una reacción semejante. La necesidad de expresarle su triunfo con una sonrisa no se vio disimulada.

— ¡Ay no! —limpió su boca con el pañuelo tratando de calmarse, para preguntar por algo que prácticamente le acababan de confirmar— ¡No me diga que es en serio! ¿Piensan que necesito que alguien cuide de mi más de lo que ya lo hacen? Por favor —se burló, ¿Él como su niñera? Era una tontería, dobló la fina tela, dramatizando un gesto exagerado de indignación— Yo no necesito eso.

Algunas risillas escaparon de su boca, lo había hecho sentirse mejor, la observación con lo sucedido al servir la mesa y lo que buscó transmitir esa mañana le daban una visión distinta sobre el torpe sujeto que conoció.

—Lastima mi orgullo, pero tiene razón —aceptó con resignación, el hombre tenía un muy buen punto—, cuando salí esta mañana pensé en lo que debía hacer, en lo que me queda por demostrar. Quien haya sido el que atentó contra nuestra vida, debe estar consciente de que no terminó conmigo y que no pienso olvidarlo. Le agradezco tan amable gesto de su parte el tratar de animar una situación tan seria y delicada, hace apenas unos minutos no correspondí su cordialidad, a pesar de que intenta hacer lo mejor.

Su acompañante alargó el brazo en dirección a una canasta de pan, alcanzó una pieza y escuchó atentamente sin poder dejar de asentir con la cabeza mientras hablaba.

—Sé que no debe resultar muy cómodo tener que verse custodiado por Ghouls, algunos incluso huelen raro —comentó lo último en un susurro estirando las comisuras—, pero sólo será temporal y si lo desea puedo seguir hablándole sobre la información que me sea entregada.

La sonrisa del Papa se ensanchó al oírlo señalar el desagradable aroma que algunos de los chicos tenían, en su memoria las pláticas entre Ghouls se hicieron presentes; se le comentó en alguna ocasión que el Cardenal los trataba de un modo extraño, para otros no era eso, sino indiferente hasta cierto grado, más a nadie le sorprendía, las figuras autoritarias no se mezclan entre ellos, sus hermanos ni siquiera hablaban con sus músicos.

El nuevo frontman estaba tan entisuasmado tomando bocados, que intentó imitar ese gesto, solo para darse cuenta de que ya no había nada en su plato, creyó que no tendría el apetito suficiente pero la conversación lo distrajo y acabó por comerse todo, la voz nasal volvió al tema sin darse cuenta de aquel logro:

—¡Bueno! Al menos ahora sabe que puedo ser buena compañía y que el ministerio tiene oídos. —dijo dedicándole un guiño mientras bebía un poco de jugo— Así que... ¿Por qué no me habla de aquel apodo? —en esa ocasión entrelazo sus manos recargando su mentón sobre ellas en espera de su respuesta, sin embargo se adelantó un poco— ¿Sabía que las ratas son criaturas fascinantes? Si encierra a una y la libera dándole a escoger entre salvar a un igual u obtener un premio, en gran mayoría de los casos, elegirá la primera. Muchos humanos desearíamos su camaradería, son buena compañía y sí se lo está preguntando, que yo sé que sí, es cierto —admitió señalándose con una mano —. Mis ratas están bien entrenadas —dio un golpecito en la mesa— y limpias.

—Tanta nobleza existe en los animales que nuestra misma humanidad ha opacado. Somos egoístas e individuales a pesar de ser conscientes de que nuestra existencia persiste como unión social —dejó los cubiertos sobre la porcelana—, se nos enseña desde muy pequeños que estamos aquí para competir, pasar por encima del resto y ser tu máxima prioridad sin importar a quién debas aplastar... Nos hace falta ese recordatorio de empatía y amor —su voz se agravó en su reflexión, imitando el gesto de su compañero, apoyando su barbilla sobre sus nudillos. Alzó una ceja—, pero estoy seguro de que eso ya lo sabe.

'' << La supervivencia del más apto>> es una frase arraigada en muchas mentes ingenuas que piensan que un solo hombre con características destacables basta para avanzar, lo cierto es que incluso los tiranos no se habrían visto inmortalizados sin la participación del más pequeño de sus peones. '' Fue la contestación dada a su reflexión. Las palabras que el Papa utilizo para responderle eran muestra de la gran educación recibida durante sus años más tiernos. Un leve asentimiento basto para confirmarle al hombre que estaba consciente de la rivalidad humana.

Tercero dejó al silencio hacerse presente y sonrió respondiendo a su cuestión inicial, algo sorprendido por la <<aparentemente>> buena manera en que se había tomado el apodo.

Pensó un poco en sus palabras mientras lo veía beber lo que quedaba de jugo en su vaso y colocar los cubiertos sobre el plato de manera paralela. El Cardenal ocasionalmente miraba su reloj, aparentemente pronto tendría que irse y no era una conclusión errada, Copia estuvo por levantarse de la mesa cuando escuchó una vez más una narración inesperada:

—Respecto a lo que escuchó, puedo explicarlo —dijo el menor con diversión, perdiendo la vergüenza de haber sido descubierto—. Sé que sus mascotas están bien entrenadas, lo he visto en más de una ocasión, recuerdo especialmente la primera —dirigió su mano hasta un centro de mesa, tomó una de las pequeñas esferas metálicas que simulaban una enredadera —, usted solo tuvo que agacharse un poco para que una rata saltara —arrojó lo que tenía entre las manos a su hombro, y con gracia la hizo deslizarse hasta sus nudillos, donde la lanzó hacia arriba para atraparla con la palma hacia abajo, entre sus dedos, a la altura de su rostro— y corriera hasta posarse sobre su mano. Ella se paró en dos patas mientras lo veía levantarse. Si no fuera poco bastó un silbido para que las demás salieran de sus escondites y lo siguieran a lo largo del pasillo —dejó el adorno en su lugar, aún con la escena muy presente—. Me recordó al Flautista de Hamelin, aquella vieja literatura alemana de 1816, con la diferencia de que no las guía para que vean la muerte al final del recorrido, lo que hace es domesticar sus hábitos... no con un instrumento, sino con su voz.

Conforme el relato avanzaba su mandíbula cayó hacia abajo mostrando inesperada sorpresa. Podía recordar perfectamente ese día, había sido uno de los difíciles con regaño del Papa Nihil incluido, los pequeños roedores fueron su único consuelo.

En cuanto fue consciente de lo estúpido que probablemente se veía se acomodó en el asiento y sonrió. 

—Pensaba que solía pasar más desapercibido... —aceptó con la mirada perdida en el vacío, parpadeo un par de veces antes de volver a mirarlo— Me halaga saber que me encuentra así de hábil y que ante sus ojos, mis pequeños sean criaturas interesantes más que desagradables ¡Siempre tan libre de prejuicios! ¡Como era de esperarse! —alzó su diestra dedicándole un pulgar de aprobación— Recuérdeme llevarlo a conocerlos en mi próximo día libre ¿Qué le parece? —preguntó entusiasta con las cejas en alto añadiendo— ¡Qué demonios! ¡Es una cita!... No una cita como tal, no salir como... por helado... bueno... los médicos también agendan citas y no tiene esa connotación... 

Otro silencio.

<<¿Cómo?>> pensó el otro <<¿Acaba de...?>>

 La propuesta lo tomó por sorpresa y una imagen mental del Cardenal presentándole una a una a sus ratas se hizo presente. La emoción que mostró denotaba que pocos eran con quienes podía conversar al respecto.

Y mientras este proceso mental se llevaba a cabo, intentando comprender cómo habían llegado a esto, Cardinal se sentía un estúpido, ¡MUCHO! 

¡UN GRAN ESTÚPIDO!

¿Qué debía hacer? No podía retirar lo dicho. Llevó su puño a la boca dando algunos golpecitos a sus labios. Sólo debía dejarlo fluir, ¡ESO ES!

—El viernes a las 12 —finalizó.

Sí... quizás no.

<<¡Mierda...!>> 

Se levantó golpeando las palmas en la mesa. Fue tan repentino que acabó por sobresaltar al Papa, pero Copia estaba lo suficientemente apenado y disperso como para haberse dado cuenta.

—Ha sido un placer compartir alimentos con usted, muchas gracias por la invitación. Tenga un buen día —musitó acelerado.

Estuvo por avanzar, huir de aquello en lo que él mismo se había metido, pero el superior le detuvo abruptamente.

—¡Antes de que se retire! —retomó su tono autoritario, carraspeando para calmar la tensión creada— quisiera ver a mis hermanos, imagino que se hicieron buenos preparativos para su lugar de descanso antes de la exposición —le pidió, cambiando el tema. 

Un tema todavía más incómodo, pero... funcionaba.

Casi juró ver el alma del segundo al mando volverle al cuerpo. Tercero se reincorporó, acomodando la casulla de su traje y cubrió con los guantes sus manos, volviendo a tomar una postura firme, descansando elegantemente sus manos entrelazadas, listo para acompañarle. 

El imperativo llamado obligó al sujeto a dar vuelta sobre sus talones lentamente, destensando sus hombros entre los que casi había ocultado la cabeza.

—De acuerdo, Papa —musitó en tono amable, sintiendo que el nudo en su garganta se aflojaba—. Por aquí —indicó mientras extendía un brazo para que el hombre se colocara a su lado, listos para retirarse.

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